No fui al congreso de móviles o de lo que fuera de Barcelona porque no quiero abucheos. A la Reina de España sólo se la puede aplaudir. Mi Felipe VI acepta todo tipo de gestos, yo no. Le pedí que no fuera a la Ciudad Condal por el futuro de la Monarquía y no me hizo caso.
-Hay que estar a las duras y a las maduras, Leta. Somos los Reyes de todos los españoles, también de los independentistas.
-El martirio no va conmigo.
-Debemos sacrificarnos.
-Bastante sacrificio hago llevando un batallón de escoltas a mis espaldas. ¿Cuántos llevas tú a Barcelona, amor? -le pregunté.
-Iré sin escoltas.
-¡Estás loco! Irás con toda la Guardia Civil del Reino a tus espaldas. No quiero que te pase nada. Ya sabes que no me gustaría ser viuda.
Acabó aceptando a regañadientes un batallón discreto de soldados jóvenes a sus espaldas. Irían vestidos de civiles para no asustar a la alcaldesa de Barcelona. La pobre mujer nos había prometido aplaudir al Rey de España y no era cuestión dificultarle los aplausos. El otro, el hombre del Parlamento catalán que no sabe qué hacer con el señor Puigdemont, no aplaudiría, ni hablaría, ni haría reverencias.
Yo me quedé en mi Palacio viendo todo por la televisión. Había otras noticias más interesantes. Por ejemplo, los problemas de salud de María Teresa Campos o ese divorcio de Arantxa Sánhez vicario que da tanto que hablar. Pobre mujer. La abandonó el marido que estaba manteniendo con lo que le quedaba de sus ahorros de tenista profesional. Mi doncella Maripuri me traía tilas.
-Calme sus nervios, mi Reina -me decía.
-Echale algo de azúcar a esta agua amarga, Maripuri.
-Mejor sin azúcar, mi Reina.
Bebía tila y esperaba. A las doce de la noche me llamó mi Rey de España. Quería que durmiera tranquila. Regresaba a Palacio entero. Respiré aliviada. Ya podía decirle a mis Herederas que a su padre no le habían pegado en Barcelona. Tanto la Princesa de Asturias como la Infanta Sofía estaban muy preocupadas por la cacerolada. Temían que su padre el Rey acabara herido por una sartén. No les faltaba razón en sus temores: te cruzas con una vieja independentista y te da un sartenazo y acaba con la monarquía de Felipe VI. Menos mal que hubo sentidiño.
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