Hubiera preferido un viaje a Nueva York más divertido, no este viaje en el que me tienen visitando colegios por el extrarradio de la Gran Manzana. Encima los de protocolo me hacen vestir unos trajes de chaqueta horribles. Son trajes de chaqueta de señora mayor. Mi doncella Maripuri cree que son unos trajes de doña Sofía que me han puesto a medida para ahorrar en trapitos.
-Es mejor que vaya en camisón, mi Reina -me dijo cuando vio el traje de chaqueta color burdeos.
-Sería un escándalo, Maripuri.
-Más escándalo son las notas de su sobrino Froilán. ¿Sabía usted que tiene que tripitir segundo de la ESO?
-A Froilán no le gusta estudiar.
-No se porta como nieto de Reyes y sobrino de Reyes.
-Será militar. Se le dan bien las armas.
-Yo no diría lo mismo, mi Reina. Le recuerdo que su sobrino Froilán ya se pegó un tiro en un pie. Es mejor no darle las pistolas del Ejército.
Mi doncella Maripuri se preocupa mucho por los estudios. Todavía no se ha dado cuenta de que poco se consigue en la vida estudiando. Yo llegué a Reina de España casándome con el futuro Rey. En EEUU, en cambio, deben saber que eso de estudiar no da resultado. En todos los colegios que visité en Nueva York los niños estaban jugando.
-Los juguetes parecen nuevos -le comenté a una profesora.
-Lo son, Majestad. Estos juguetes son un donativo de Antonio Banderas.
-¿Antonio Banderas les da donativos?
-Es muy generoso.
-¿También les compró esa pizarra táctil?
-La pizarra nos la regaló Penélope Cruz. ¿Y ve aquellos ordenadores? Los pagó Javier Bardem.
Anoté en mi moleskine los donativos. Cuando vea a los españoles generosos con los niños pobres de Nueva York les pediré la misma generosidad para los niños pobres de España.
Mi Rey Felipe VI ocupa su tiempo reuniéndose con hombres encorbatados que no conozco. Tienen unos nombres imposibles de memorizar. Yo les sonrío a todos y ellos me sonríen. Supongo que mi Felipe VI les estará vendiendo la marca España.
-¿Compraron algo, Felipe? -le pregunté en el hotel.
-¿Los empresarios de Nueva York? Sí, Leta. Nos compran varias toneladas de queso manchego. Lo van a vender en las calles de Nueva York como si fueran salchichas picantes.
-¿En puestos ambulantes? -me escandalizo.
-Sí, cariño. Es un buen negocio para las queserías de Castilla.
Una cutrez, pienso. Cuando me imagino a los vendedores negros con una tabla de quesos manchegos en la mano repartiendo trozos a los paseantes de la Quinta Avenida me vienen ganas de llorar. Nunca fuimos tan pobres. Estamos pasando de la alta cocina de los restaurantes a la cocina de la alta venta ambulante.